Alejandra Di Girolamo es parte del grupo “Corazones a montones”, que nació en 2017, en el barrio de Villa Urquiza, para ayudar a las personas en situación de calle. Sábado de por medio realizan las clásicas recorridas con comida, abrigos, productos de higiene personal y juguetes. Alimentar, acompañar y volver visibles a quienes menos tienen. Cuando los corazones se juntan aparecen personas como Alejandra, que se pone en lugar del otro. Pero, por sobre todo, pone el corazón. La historia de quien no sabe ni quiere ser indiferente. Ampliar la mirada y multiplicar los corazones. De eso se trata.
¿Cómo es un primer acercamiento a las personas en situación de calle?
Es muy difícil, cuesta mucho. Primero te miran de arriba a abajo porque no saben quién sos, de dónde sos y para qué vas. No tienen ni idea si los querés levantar o denunciar. Por eso, lo que hacemos es presentarnos con nuestro nombre y con el nombre del grupo y aclaramos que no es ni religioso, ni político, ni una ONG. Que sólo nos ayuda la gente del barrio. A la tercera, cuarta vez que nos ven se empiezan a soltar un poco. Inicialmente, notamos que cuando uno les hace una pregunta, sienten que queremos investigar sobre su vida, se pueden poner un poco agresivos porque se pueden sentir invadidos; cuando en realidad la idea es conocerlos y ver en qué más podemos ayudar. Es súper entendible porque ellos están sobreviviendo. Cuando se dan cuenta de que en verdad nos comprometemos a ir, sábado de por medio, porque nos interesa empiezan a contar su historia. En principio, por las dudas se defienden de todo. Pero después te das cuenta de que la mayoría es muy dulce.
A lo largo de estas recorridas habrás conocido muchas historias ¿Querés compartirnos algunas que te hayan marcado?
Tengo muchas, pero hay dos que todavía me ponen la piel de gallina. Una es la de Jorge, quien duerme en diagonal a lo que era su casa. La primera vez que lo fui a ver me señaló cuál era y lo sostuvo todo el tiempo. Después de hablar con los vecinos confirmé que era cierto, que vivió ahí con su esposa y con sus hijos. No sé qué pasó en el medio. Pero, sí sé que él está mirando siempre a su ex casa. Eso te parte el alma y, a la vez, no podés hacer nada. La otra es la de Eduardo; en su caso vive en un parque. Nos comentaron que es odontólogo, no sabemos si es verdad. Pero, por la forma que habla y escribe nos damos cuenta de que es una persona con estudio. Es muy retraído y muy desconfiado. De hecho, nos costó seis meses que nos hablara. Al principio nos respondía con la cabeza, y en algunos casos ni eso. Hoy habla, habla de muchas cosas. Él barre su espacio en el parque, convive con sus perros y con sus gatos. Es más, rompe camisetas suyas para que sus animales no tengan frío. Son historias que te marcan y te pueden.
Si no alcanzara lo que llevan para las recorridas, ¿cómo mantienen el equilibrio frente a esa situación?
Nos pasó un par de veces que aparezca gente de golpe y darnos cuenta de que no habíamos calculado bien. Llegar ahí y ver que no te alcanza la comida es horrible. No podés no pensar en ellos. No puedo imaginarme lo que debe sentir alguien que va a un lugar ilusionado porque sabe que va a encontrar una taza de café y no la encuentra. Duele mucho. En esos momentos resolvés como podés. Sobre todo porque te das cuenta de que vos llegás a tu casa y tenés qué comer. La sensación es que en vez de quedarte con el hecho de que le das de comer a mucha gente, volvés mal porque más de una persona no pudo hacerlo. Es una mezcla de sensaciones. Me pasó de sentirme culpable varias veces. Después me costó mucho tiempo darme cuenta de que yo no soy responsable, y de que hago lo que puedo y de que el grupo está haciendo todo lo que puede. Ahora bien, si nos quedamos sólo pensando y no accionamos esa gente no come porque bajamos todos los brazos. No podemos esperar. Está bueno saber que está bien todo lo que uno hace, pero también saber que uno no es culpable.
¿“Corazones a montones” te ayudó a derribar prejuicios?
Sí, derribé muchísimos prejuicios. Me emociona pensar que me sentí muy mala persona varias veces. Por ejemplo, yo decía cómo este tipo está tomando alcohol y no se compra algo para comer. Todos tenemos derecho a todo. Ellos no tienen una esperanza o un futuro lejano. ¿Qué van a planear si hoy viven bajo un árbol y mañana en otro lado? Parece que si naciste pobre no podés tener derecho al placer.
¿Creés que hay un antes y un después de Corazones a montones en tu vida?
(Silencio) Sí, hay un antes y un después, sobre todo en la empatía. En tratar de ponerme en en su lugar; también tener la capacidad de salir de ahí porque sino mentalmente terminás destruida. De hecho, un par de veces no quise hacer más las recorridas por el dolor que te da ver ciertas cosas. Pero, sin duda te cambia para mejor, sos mejor persona, sos más sensible. No te queda otra. O das vuelta todo y lo hacés de manera mecánica, como un trabajo, sólo para “salir en la foto” entregás la vianda y te vas. O te involucrás en serio. Muchas veces sueño con ellos, sobre todo en invierno y cuando llueve. Quisiera llevarmelos a mi casa, aunque sea por una noche, para que se puedan tapar, para que no tengan frío, para que tengan un baño. Todavía no puedo terminar de separar del todo, me cuesta. A mí la experiencia en “Corazones a montones” me enseñó a ayudar. Ellos te enseñan. La situación te enseña. Te hacen cambiar muchas actitudes. A veces, nos enojamos por cosas mínimas. Uno ve súper natural decir tengo sed, abrir la heladera y sacar algo para tomar; y sino tenés vas y comprás. Podés elegir. Ellos no tienen un techo, una cama, un baño, agua, no pueden abrigarse cuando hace frío o tomar mate cuando quieren. Me ayudan muchísimo a tratar de cambiar y valorar lo que tengo. De hecho, anteriormente no le daba valor a tener un techo porque lo veía normal, cotidiano. Te das cuenta de que no todo el mundo tiene esa posibilidad.
¿Qué le dirías a alguien que quiere colaborar con otros, por qué involucrarse en “Corazones a montones”?
Les diría que prueben dos meses, que en total son cuatro sábados. Que resignen una hora y media de sus fines de semana, y que en ese momento se sientan esponjas, que absorban todo lo que está pasando, que vean, que miren a los ojos, que escuchen y que imaginen. Creo que el tema es que el ser humano no suele ponerse verdaderamente en el lugar del otro. Uno sale a protestar cuando le toca. Pero no nos importa el de al lado, mientras uno tenga todo lo suyo y lo que quiere está todo bien. Me gustaría que la gente que tiene ganas de ayudar que lo haga y que trate de hacerlo sin prejuicio. Que vea lo que sienta en estas recorridas, que no se deje llevar sólo por el primer sábado, porque puede ser algo sumamente positivo o sumamente negativo. Pero que se involucre. Que se involucre con la mirada, insisto mucho con esto, porque esta gente habla con la mirada, te agradece con la mirada. Se les iluminan los ojos cuando te ven. No es la comida únicamente lo que esperan. Llega un momento en que no les importa qué llevás sino que vayas.