Coco Cerrella es un luchador incansable. No solo hace kung fu, sino que también lucha desde 2012 todos los martes en la Cárcel de Devoto para que los presos aprendan a diseñar, y encuentren una forma de mantenerse, de vivir y de cumplir con sus objetivos personales. El de Coco es poner algo de sí mismo, algo de todo eso que sabe y aprendió, en pos de aportar algo, de cambiar algo. Y así ayudó a crear la Cooperativa Esquina Libertad, espacio donde quienes salen de la cárcel pueden trabajar como diseñadores y vender sus servicios. Una fuente de trabajo y de realización. También logró que los presos que todavía están en la cárcel aprendan a expresarse a través del diseño y reclamen por sus derechos. La clave del pensamiento de este apasionado diseñador gráfico está en algo simple, pero que muchas veces nadie ve; para que alguien que estuvo preso no vuelva a delinquir al salir, tiene que aprender, tiene que llevarse algo de la estadía en la prisión. Y eso es lo que él busca insistentemente, en ese rol de puente entre ese adentro tan temido y desconocido, y un afuera que también se convierte en amenaza para quien no puede conseguir un trabajo por tener antecedentes penales. Con sus ojos brillantes y rebosantes de energía Cerrella abrió las puertas de un departamento donde se dedica a crear proyectos y pensar nuevas ideas. Un departamento lleno de estímulos; botellas apiladas en formas de arbolitos, cuadros de los Beatles, fotos, sus propios afiches y un espíritu alegre, inquieto y optimista que lo lleva a concretar todo lo que se propone.
¿Cómo se despertaron en vos las ganas de trabajar haciendo cosas por los demás?
No lo puedo identificar pero tengo un clic en la vida que fue el 2001. No puedo hablar de ese año sin angustiarme. A mí me tocó en el momento en que recibí el título de diseñador gráfico: me firmaron la última nota cuando De la Rúa se fue en helicóptero. Tenés un título, tenés supuestamente un futuro y no tenés un futuro. Fue realmente muy impresionante, ver las calles, la gente morfando de la basura. Entonces nos juntábamos acá en una plaza del Botánico con vecinos todos los viernes a preparar comida para los cartoneros; Y una parte que a mí me encantaba era que nos permitía vincularnos y hablar y escuchar a esas personas que la estaban pasando como el culo. Fue el primer clic con el tema de las carencias, de empatizar con las faltas de oportunidades en el otro. Porque muchos de esos pibes eran muy humildes pero otros eran gente de clase media que se había ido a la mierda.
¿Y cómo fue tu carrera del lado del diseño? ¿Empezaste a laburar en eso enseguida?
Sí, trabajé por mi cuenta, tuve mi estudio propio con clientes importantes, el caminito soñado. Hasta que me colapsó el bocho y dije “yo no quiero esto”, porque mi laburo se transformó en hacer presupuestos, ir a reuniones, estar mirando el reloj para ver si dedicaba una hora más al diseño, y me empecé a desencantar. Pensé bueno, “si esto va a ser así toda mi vida prefiero ir a plantar rabanitos al medio del campo”. No es que estaba mal por los pobres, sino por una cuestión personal, mi profesión no me hacia feliz. Yo años atrás tuve un accidente de auto, y me prometí en la cama 114 del Fernández, hecho mierda, que en la medida de lo posible no iba a dedicar más tiempo a cosas ni personas que no me hicieran bien; y es un compromiso, un cheque que me interpela todo el tiempo, a los 29 años fue el que me interpeló. Y bueno, empecé a dar clases en Wolko, eso me empezó a reconectar con el placer por el diseño, y empecé a hacer afiches propios, pensé “yo también tengo cosas para decir”; busqué convocatorias de concursos, y el primero era sobre Derecho a la Educación, y eso me interesaba; descubrí que mi vocación era la docencia. Terminé entendiendo que la cosa iba por ahí. Y a la par lo de los afiches.
¿Y te acordás del primer afiche?
Sí, me acuerdo porque aparte soy un enfermo mental de los detalles. Ese primer afiche de derecho a la educación que hice fue seleccionado, y eso me envalentonó. Investigando sobre el derecho a la educación vi que había una relación muy fuerte entre la falta de educación y el laburo infantil, entonces mi afiche fue sobre eso, cómo el analfabetismo lleva en muchos países a la explotación infantil. Es un pibito laburando llevando una carretilla, pero esa carga que lleva en ese carrito es la palabra “Analfabetismo”. Y me fue bien y dije bueno, “listo, ¡se puede!”. Y hay otro clic; fue una vez que me contactan de una organización, Ingeniería Sin Fronteras Argentina. Adán Levy y Natalia Slachevsky, una antropóloga y un ingeniero tuvieron la idea de llevar la ingeniería a esos lugares en donde no existe. Ellos necesitaban identidad visual, y me encargué de eso, fue zambullirme en un nuevo mundo; con el tiempo vimos cómo de golpe la buena comunicación de la organización empezó a tener resultados: cada vez más voluntarios, donantes, personas que conocían el proyecto, y ahí decís, “va por acá”. Si yo tengo herramientas de conocimiento y cierta creatividad, la voy a poner en cosas así, en la medida que pueda. Hace tres años trabajo en esta ONG como coordinador de comunicación.
Y después con respecto al tema de la cárcel, ¿cómo fue que llegaste ahí?
Una ingeniera del equipo, Estela Cammarota, da clases en la cárcel de Devoto; yo me volví loco, ¿cómo clases en la cárcel? y ella enseguida me abrió la puerta de ese espacio, no había diseño gráfico. Yo tenía todo un imaginario sobre la cárcel bastante alejado de lo que es en realidad. Ella me dijo, “los muchachos te van a estar esperando”. “Mamita”, pensé yo, ¡que lo parió! porque… todo bien, pero estás en la cárcel. Y bueno el primer día fue una reunión con unos diez presos, que tenían un proyecto de armar una cooperativa para auto gestionarse el trabajo, porque es un quilombo conseguir laburo para alguien que tiene antecedentes penales o que vive en una villa. Salen con un título o un oficio pero no consiguen laburo y eso influye tremendamente en que vuelvan a reincidir. Es un círculo vicioso muy perverso, es como una tentación, no es que es la única salida, pero hay que estar. Es muy fácil juzgar cuando uno tuvo todo, y en la cárcel no hay personas ricas. Sin duda hay una desigualdad tremenda en cuanto a cómo la justicia trata al pobre. Eso influye en ese resentimiento y esa violencia interna que tienen muchos de los pibes que están ahí adentro, porque prenden la tele y ven “hay que tener hay que tener todo si no no sos nadie”, ves a los tipos que se afanan todo pero tienen las mejores minas, los mejores autos, no están en la cárcel, y eso te genera un resentimiento de la puta madre, porque qué hizo el pibe, simplemente nació en un contexto de mierda. Y lo que lo diferencia de mí, es que ese pibe no tuvo las oportunidades que yo tuve, y ahí es donde se puede poner un ínfimo granito de arena, que no va a cambiar la realidad porque esas son cosas que tienen que ver con el Estado. Pero puedo hacerme el boludo o hacer algo. Yo prefiero hacer algo.
¿Cómo fue evolucionando tu trabajo en la cárcel?
Y bueno, el primer año y medio enseñamos el oficio, a usar el photoshop, illustrator a diez pibes, cosas muy básicas, que sepan armar un original, y un año después, en paralelo, la familia y novias iban ayudando por fuera a armar esta cooperativa de trabajo, y hoy en día laburan. A medida que van saliendo van ocupando un espacio que les prestan en Chacarita. Y algunos hacen derecho, otros ciencias económicas; así que van poniendo de lo suyo. O sea todavía tal vez no todos logren llegar a fin de mes con esto, pero es la idea, y también es como un faro para los que todavía están adentro. Cooperativa Esquina Libertad se llama. A mí me da un orgullo esto, le pusimos mucho de ir todos los martes, que sigo yendo; también armamos un taller de afichismo social pero hecho por presos, entonces hacen afiches sobre derechos humanos. Y ahí me caí de culo mal porque digo “puta que lo parió, no puedo creer las cosas que hacen”. Y pasan cosas grosas. Por ejemplo en 2015 fui a la Bienal de Cartel de Afiches en Bolivia, un evento impresionante, van profesionales del afichismo de todo el mundo; un diseñador Alain Le Quernec, un francés, un referente de esto, de golpe el flaco estaba viendo mis afiches, escuchando mi proyecto de la cárcel; otro polaco que es Ryszard Kaja me dijo “cuando vaya a Buenos Aires voy a ir al taller”. Y uno que es un capo mal, Isidro Ferrer, vino a la cárcel hace un tiempo, se copó, fue alucinante, dio una charla, los pibes fascinados, uno de mis alumnos de la cárcel que es diseñador gráfico colombiano lo conocía y le preparó un afiche de bienvenida. Después comió con nosotros, se clavó unas cuantas milanesas hablando de biopolítica con Waikiki ¡yo me meaba encima! yo sé que mi rol de puente en esa mesa simbólica estaba más que cumplida. Para mí mi rol es ser un puente entre el afuera y el adentro, que esas voces que están encerradas tengan una amplificación hacia el afuera.
Y vos que los ves hace tiempo, ¿ves una evolución en ellos? ¿a qué niveles? Más allá de lo que aprenden, ¿evolucionan a nivel personal?
El porcentaje de reincidencia del que sale de la cárcel es arriba del 70%, un desastre, y cuando pasan por el CUD, ese porcentaje baja a menos del 10% y del porcentaje que vuelve a reincidir está comprobado que lo que baja es la gravedad de los delitos. Es que la educación no es solo lo que estudiás sino el trabajo colaborativo, tener objetivos a mediano y largo plazo, entender que laburar día a día por un objetivo da un rédito; entonces empieza a existir esa proyección, se pueden empezar a ver proyectados por un futuro mejor. Muchas de las charlas que tuve giran en torno a la culpa, a “la cagada que me mandé”, y entender ese daño. Muchos me han dicho, “entiendo que merezco estar acá pero el peor castigo es no poder ir a tapar a mi hija a la noche”. Y ese es el peor castigo, más que estar encerrado, la consecuencia del encierro.
En tu charla TED dijiste, “duermo muy poco, la vida es hoy”. ¿Qué significa esto para vos?
Sí, (RISAS), no duermo más de 5 horas, me encanta dormir pero no me gusta irme a dormir, siempre hay algo para hacer o para ver o estudiar o boludear. Y esa frase tiene que ver con mi accidente en gran parte. Con esa conciencia de finitud, y de que realmente nos vamos. La vida es hoy, es eso, ni mañana, no podés esperar, siempre hay excusa para posponer. Yo soy un gran procrastinador entonces lucho contra eso, es un trabajo, un ejercicio consciente de ir en pos de esa promesa.