Constanza Moltedo es veterinaria especializada en seguridad alimentaria, pero sobre todo es imaginativa; después de muchos años de carrera descubrió la gravedad de la desinformación que existe sobre la prevención del Síndrome Urémico Hemolítico (SUH), una enfermedad que se puede transmitir por el consumo de carne no cocida, agua no potable y por el simple contacto con portadores que no se hayan lavado las manos. La posibilidad de contagio es alta y los más vulnerables son los chicos de 0 a 5 años, que pueden contraer una insuficiencia renal aguda o directamente morir. Ante la falta de información sobre la prevención de la enfermedad o de planes de capacitación a quienes manipulan y cocinan carne, Constanza fue imaginando la idea de generar un mensaje potente para los más chicos, para que ellos aprendan cómo cuidarse de esta enfermedad. El resultado es Sanalapapa, una obra de teatro que nació de su mente y de la indignación que sintió trabajando en diferentes áreas de la seguridad alimentaria, al ver que ni en el ámbito privado ni en el público parece haber un interés por frenar el SUH.
¿Cómo fue que llegaste al mundo de la seguridad alimentaria?
Yo estudié veterinaria pero a mí lo que más me gusta es la gente, y acercarme a esta área me pareció una necesidad. A fines de mi carrera tuve la oportunidad de ir a Japón a estudiar seguridad alimentaria y microbiología para los alimentos, y desde allá pude ver un montón de necesidades de acá, fue una revelación para mí. Y también lo fue ver la conciencia que tienen los japoneses del dar, de comprometerse con causas que los trascienden a ellos. Después volví y trabajé en diferentes lugares privados y públicos. Hice programas y certificaciones, y esto y lo otro, intentando siempre mejorar las cosas donde veía que había una falta en la seguridad alimentaria desde el lado industrial o empresario; pero en nuestro país no hay controles suficientes que exijan regularidades para que los alimentos no enfermen.
¿Eso te disparó a armar Sanalapapa?
Sí, fue una cosa personal, nació de una pregunta que me hice, que era ¿por qué voy siempre a donde más cuesta? O a esperar que un empresario quiera adoptar un sistema de calidad, o de que el Estado me compre una idea de inocuidad alimentaria; y fue desde ese lugar que me di cuenta que lo que yo quería era develar una necesidad, que es de los padres, que se les mueren los hijos por una enfermedad directamente relacionada con la seguridad alimentaria: el Síndrome Urémico Hemolítico. En el 50% de los casos del mundo se produce en Argentina -eso lo aprendí en Japón, ni siquiera acá-. Lo más raro de esta enfermedad es que se combate con el calor, o sea a través de la correcta cocción de los alimentos y del correcto lavado de manos. Y así surgió Sanalapapa, una obra que les cuenta a los chicos cómo prevenirla; ellos son los únicos que pueden aprender cómo cuidarse con toda la ingenuidad y la pureza de su aprendizaje, porque los padres son los motores, pero los que tienen que aprender a cuidarse son los chicos, porque son los más vulnerables inmunológicamente. La obra me pareció una forma inocente para llegar a ellos, mediante el teatro, el juego, la identificación del bien y el mal; esas herramientas fácilmente captables para que puedan elegir qué hacer frente a un acto tan inocente como comer.
¿Y cuándo y cómo se te ocurrió el guión de la obra, la idea, etcétera?
Arranqué en diciembre de 2014, justo después de renunciar a un frigorífico para el que trabajaba. Sentía mucha injusticia e incertidumbre de qué hacer y escribí un cuento horrible, se llamaba “Ser res”, me hace llorar cada vez que lo leo. Esa noche no dormí y amanecí y escribí Sanalapapa en ese mismo día. De repente empecé a cantar las canciones de la obra de la nada, se me aparecían las voces de los personajes, sus posturas. En unas semanas terminé de escribirla. Daniel Begino, el director, enseguida se copó con la idea y durante varios viernes nos juntábamos con los actores para ensayar, yo paga las salas, el vestuario, todo. Y empecé a moverla, a Sancor Salud, al gobierno de Macri, al de los Kirchner, a Mc Donald’s, a Walmart, a Coca Cola y nada. Los de Sancor Salud me dieron el ok y eso a mí me hizo ponerme más las pilas, hasta que al final se suspendió y bueno, tiempo después, como directora de Bromatología y Seguridad alimentaria del Municipio del Pilar decidí montarla en el predio del Abasto para 300 chicos de diferentes Centros de Desarrollo Infantil de Pilar. Lo hice todo yo. Me reuní con Federico de Santadina, presidente de la Fundación Ciro de Santadina. A él se le murió su hijo Ciro de un año y medio por esta enfermedad. Él me ayudó con un poco de presupuesto para el traslado de los chicos y difusión, y yo invertí todo lo demás en el diseño de vestuario, las instalaciones, todo.
¿Cuál es la trama de la obra?
Yo la armé pensando en demonizar la enfermedad, enseguida se me ocurrió que esté representada por un malvado, me imaginaba un Drácula como con las espículas de la bacteria. Las hamburguesas me parecieron que tenían que ser personajes porque es algo con lo que el nene tiene contacto a diario, y el superhéroe es “Supermanotas”, un trabajador que se lava siempre sus manos gigantes. Y los nenes, Rita y Roco son nenes pobres que quieren comer y piden a la mamá de uno que les cocine una hamburguesa, porque la hamburguesa es lo más barato. Ese es el inicio de la obra, ellos tienen hambre y ahí aparecen “La Hamburguesa Sabrosona” que le gusta el calor, cocinarse en la plancha; y “La Hamburguesa Rabiosa” que es muy irascible, muy ansiosa, no se puede quedar en la plancha. Después aparece “El Malvado Urémico”, un viejo que odia a los chicos y quiere que se enfermen comiendo la hamburguesa rabiosa, la que no está cocida. Para eso se disfraza de cocinero e intenta hacer enojar a “La Hamburguesa Rabiosa” para que salte de la plancha y no se cocine. Mientras tanto “La Hamburguesa Sabrosona” baila en el fuego, y se va poniendo cada vez más marrón. El malvado tiene una asistente, “Malbóndiga” que es buena y como no quiere que los chicos se enfermen, le confiesa el plan del malvado a “Supermanotas”, un superhéroe con manos gigantes. Entonces “Supermanotas” le hace preguntas básicas de inocuidad alimentaria y “Urémico” no sabe nada. Le pregunta, “¿y si tienes que cocinar una hamburguesa, cómo tienes que cocinarla? Y el malvado no aguanta más y se confiesa y grita, “¡así, roja, crudaaa!”. Ahí Supermanotas lo vence totalmente a Urémico tirándole una espuma que es jabón y le cuenta a los chicos que siempre hay que lavarse las manos antes de comer, lavar bien frutas y verduras y cocinar bien la carne.
¿Y cuál fue la reacción de los chicos?
Los nenes le gritaban “¡Malvado Urémico, fuera!” y cuando terminó la obra me subí a los colectivos cuando estaban por irse y les pregunté, “¿qué aprendieron hoy?” y me gritaban, “¡que la carne hay que comerla bien cocida, negra!” Y todos querían ser “Supermanotas”. Federico De Santadina, el presidente de la Fundación Ciro, me contó que lo encontró a su hijo más chico cantando en el baño mientras se lavaba las manos “Siempre antes de comer, nos lavamos bien las manos”, la canción de la obra. Lo único que quiero yo ahora es seguir replicando la obra, que estoy moviéndola en diferentes lugares para presentarla, para que cada vez sean más los chicos capacitados.
¿Por qué elegiste el teatro como forma de contar esto?
Me parece que hay ciertas cosas que son tan severas, graves y sórdidas de escuchar y entender, que solamente llegan a través del arte, y el arte es como un lenguaje que si lo hacés sincero es universal. Cuando hablás sincero lo entienden los chicos, los grandes, todos. No hace falta asustar o culpabilizar, porque la gente de eso se desentiende. El teatro es algo que se transfiere, que toma vida en el que lo ve, hay algo que se transfiere con solo vivir la experiencia. Hay que interactuar con las cosas que nos cuesta asimilar: hay que bajarlas al cuerpo.