Eduardo Svriz

“Compartir te hace sentir bien”

Desde chico Eduardo luchó para convertirse en un experto en las artes marciales, y afortunadamente esa energía lo impulsó a luchar no solo por él, sino también por los demás. Con una fuerza natural y un deseo firme de ayudar, empezó a recolectar ropa, zapatillas, alimentos por las casas de sus amigos y conocidos y a distribuirlo con su Trafic a diferentes comedores. Con el tiempo logró contagiar a muchos otros y consiguió cada vez más donaciones para llevar a merenderos de Corrientes, Chaco y Buenos Aires. Ya convertido en entrenador de MMA, empezó a dar clases abiertas gratuitas, con la única condición de que los alumnos llevaran algo para donar. Y como encargado del bar La Calle, gestiona todas las semanas una logística para que las prepizzas que sobran lleguen a diferentes villas y comedores porteños y del interior. Un verdadero luchador, que pelea día a día para ayudar a quienes más lo necesitan, y da su propia batalla a la desigualdad.

¿Cómo nació tu pasión por las artes marciales?

Desde chico me gustaron. Empecé karate, después hice kick-boxing, jiu-jitsu, boxeo, fui haciendo un poco de todo y en el último tiempo empecé a hacer MMA, artes marciales mixtas. Competí durante un tiempo, pero como es un deporte nuevo y a mí me agarró medio grande, dejé de ser competidor para ser coach; ahora tengo un equipo de chicos que compiten profesionalmente, para mí es un orgullo porque tienen 21 años y han dado ya como diez peleas, a uno le salió un contrato para pelear afuera. Fue creciendo el grupo y va bárbaro. Al mismo tiempo trabajo en el bar La Calle como encargado desde hace dos años.

¿Qué creés que fue lo que te despertó ganas de hacer algo voluntario?

Yo soy de Rosario, somos seis hermanos, una familia grande, siempre teníamos que compartir todo. Creo que nace un poco de ahí, tenías un alfajor y lo cortabas en seis pedazos, en esa época la gaseosa no se compraba tanto como ahora, el fin de semana mi viejo nos daba un vasito a cada uno. Mis hermanos son como yo, siempre están pensando en personas a las que les falta algo. Y bueno, cuando vine a Buenos Aires en el año ’99 empecé a trabajar en una droguería, después en una empresa de decoración; veía mucha gente en la calle, y decidí hacer algo. Como en esa época tenía una camioneta se me ocurrió empezar a juntar cosas para donar. Pasaba por lo de amigos y conocidos, llenaba la Trafic e iba repartiendo en comedores o en merenderos y hogares del interior. Y así nació todo. Más adelante, como entrenador empecé a concientizar mucho a los alumnos y a dar una clase abierta los sábados, extracurricular digamos, a cambio de que ellos se comprometieran a traer una leche, un paquete de fideos, unas zapas que no les sirvan. De a poco los chicos se coparon y llegué a juntar un montón de cosas.

Lograste contagiarles las ganas de ayudar.

Sí, se armó una cadena, por ejemplo un alumno le dice a una hermana, la hermana a una amiga y así es como cada vez se van juntando más cosas para donar. Cada tanto hago una clase con otros profesores de otras academias y les ponen todos mucha buena onda, se llena de gente y juntamos de todo. Trabajo en dos academias, Before en Caballito y otra que se llama “La Jaula” en Liniers. En los dos estoy de lunes a sábados dando clases. En los dos hago esto: en el de Liniers hago las clases de los sábados y en el de Caballito doy esta clase especial de vez en cuando, a la que se suman otras academias. Se siente una energía diferente, una onda especial en esas clases. Yo lleno el mostrador del gimnasio con los alimentos para que vean todo lo que se logró juntar. En las clases de los sábados llegan a venir entre quince y veinte chicos, y en la que hago con muchas academias, llegamos a ser cincuenta.

¿Cómo te organizás para llevar todo?

Yo voy en auto y un amigo tiene una camioneta. Hacemos varios viajes; yo mando a merenderos en Corrientes y Chaco: El Merendero San Jorge, el Comedor Las Manitos y el Santa Lucía. Y en Buenos Aires llevo cosas a un comedor en Boedo, Athos Mariani, a un grupo de fútbol de la Villa 31, a otro de la 21, y a la parroquia de Ciudad Oculta, donde está el Elefante Blanco. En el interior lo hago llegar con un señor de Corrientes que viene todos los viernes a hacer un tour de compras por la calle Avellaneda; le entrego las cosas, le pago 50 pesos y él le hace llegar todo a Alejandra, una señora que es amiga de una amiga mía, que distribuye las donaciones por allá. Ella maneja uno de los comedores y también da talleres de costura; siempre me manda fotos de cuando los chicos reciben las donaciones. Vos los ves, y es increíble, porque son pibes que están en patas, las calles son de barro. Les llega un par de zapatillas y se ponen felices. Tengo una amiga que me dio un camión gigante de su hijo, y cuando le mostré la foto del nene que ahora tiene ese camión se re emocionó. Más adelante voy a ir allá a conocerlos.

¿Y desde el bar también donan cosas?

Sí, todos los jueves acá me dan un montón de prepizzas que sobran y yo se las doy a un amigo que vende hielo en el bar, para que las congele en su cámara de frío. Muchas las mando a los comedores del Interior, y las otras las distribuyo: a la parroquia de Ciudad Oculta, se las doy a un muchacho que da clases de boxeo allá, a un alumno mío que tiene una canchita de fútbol en la Villa 31, y a otro en la 21. Siempre me mandan las fotos de los chicos comiendo pizzas. A mí eso me da mucha alegría. Toda la gente colabora por suerte.

¿Te ocupa bastante tiempo todo esto?

Sí, bastante, Alejandra me dice siempre, “el tiempo es algo muy valioso, y vos das mucho de tu tiempo para hacer esto”. Pero yo lo hago como algo que me gusta. Voy juntando ropa, zapatillas, alimentos, juguetes, de todo, y los dejo en el garaje de mi edificio que se copan y me dan un espacio para poner las cosas, y en la baulera. Cuando viene el transporte llamo a mi amigo Cesar que viene con la camioneta y yo voy con mi auto. Una vez por semana lo hacemos. Y una vez por semana llevo las pizzas y los alimentos que junto los sábados en las clases a los diferentes lugares. Lo bueno de todo esto es que la gente se va copando, un amigo, compañeros de trabajo; y saben que todo llega bien. Me han traído hasta bolsas de arroz gigantes. La verdad es que la gente me conoce a mí o me manda un mensaje por Facebook, y también es medio boca en boca todo; pero ha llegado gente que no sé cómo me encontró, me han tocado timbre para darme un montón de útiles escolares, libros, ropa, alimento y yo ni idea quienes eran. Las redes sociales me recontra ayudaron. Surgió todo así.

¿Qué sentís que te aporta a vos todo esto que estás haciendo o cómo cambió tu rutina?

Me cambió en el sentido de que me implica un poco más de tiempo organizarme, pero es como cuando vos hacés algo que te gusta, ponele, para mí mi trabajo de profe no es un trabajo, es algo que me encanta; y en esto me pasa lo mismo, si tengo que dar mi tiempo o lo que sea, me siento muy feliz y más cuando sé que hay pibes que pueden comer, y por ahí no tienen nada. Hay un montón de casos que me cuenta esta señora. Me contó de una chica en Chaco que trabaja en cultivos, y estaba juntando pesito a pesito para poder comprarse unas botas, porque hay muchos yuyos y víboras. Acá en el bar, una amiga de la cajera se enteró, y me regaló un montón de ropa y unas botas nuevas que tenía. Le dije a Alejandra, “casualmente tengo unas botas para mandarte”; cuando me pasó la foto de la chica con las botas, le vi una cara de felicidad; la chica que me dio las botas escuchó el audio de Ale contándome cuánto las necesitaba esa mujer y se le llenaron los ojos de lágrimas. A mí todo esto me hace sentir orgulloso, y me da mucha felicidad poder ayudar. Compartir te hace sentir bien. Hoy en día la gente está muy, “lo mío, mis cosas”. He tenido amigos que decían “a mí eso no me calienta” y después me terminaron dando un montón de cosas, por ejemplo, una tele de las grandes, que se la mandé a un comedor que tenía una tele chiquitita blanco y negro. Para ellos tal vez eso es un cine, y nosotros ni nos damos cuenta, estamos medio encerraditos en lo nuestro; pero una vez que lo charlás la gente lo entiende y toma conciencia creo. Es una energía que se contagia.

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