Fabián lleva la creatividad como bandera. Es un diseñador que siempre logró mirar de otra manera, y también, aunque no lo admita del todo, un súper artista. Como todo ser creativo, transformó un momento de crisis en una oportunidad, gracias a la osadía de crear una obra de arte para manifestar la situación crítica que se vivió en Argentina en 2001. Ese puntapié lo llevó a descubrir que la unión entre el diseño y el arte para concientizar sobre problemáticas de la sociedad es indestructible. Y así nació Latido, la usina creativa desde la que desarrolla junto a otros artistas, diseñadores y espíritus inquietos, diferentes acciones que ayudan a otras personas y dejan una huella positiva, una posibilidad de cambio en la forma de mirar, una mayor conciencia y respeto hacia los otros. Una tarde nos juntamos con él en el jardín del Home Hotel, donde realiza muestras de arte, para adentrarnos un poco más en su mundo creativo y descubrir el poder de su mirada.
¿Cómo se fusionaron en tu vida el diseño y el arte?
Yo soy de formación diseñador pero soy un poco artista también, tengo pocas obras, me llevan muchos años; no tengo el rapto de un pintor o un fotógrafo o un escultor, mi forma de hacer arte surge de un proceso de diseño; también fui profesor adjunto de la Fadu. Me gusta abordar los temas de derechos humanos. Por un lado el diseño me dio una estrategia para resolver las cosas y por el otro el arte me dio una poética para evocarlas. En 2001 yo tenía un estudio de diseño muy importante, facturaba mucha plata, y tuvimos que cerrar de una semana a la otra por el corralito, además quedaron mis ahorros atrapados en el banco y mi casa estaba hipotecada en miles de dólares. Esa misma semana me divorcié, y toda mi vida como yo la había soñado hasta ese momento terminó, de golpe, entonces pasé de tener una familia, una casa con piscina, un estudio exitoso a no tener nada, fue un impacto muy fuerte. Pocos meses después en 2002, el país estaba en llamas, era un quilombo, un desastre; yo sentía que lo había perdido todo y no podía quedarme callado.
¿Y qué hiciste?
Lo único que podía hacer era diseño. Los argentinos emigraban con un paquete de yerba, eran cada vez más los que se iban, y a mí se me ocurrió agarrar las herramientas que yo tenía y armar una empresa de ficción, se llamaba Argentinos Seleccionados; la idea era colocar argentinos en el exterior publicitándolos a través del diseño. Era una especie de instalación. Como yo tenía el deseo de ser artista pero no lo era me recomiendan que vaya a una galería de arte en el subsuelo de la pizzería Filo, primero no me querían ni atender por la situación del país y después cuando lo vieron, me llamó el director de la galería y me dice, “inaugurás en un mes” Me quedaban 10 mil dólares y me puse a producir la obra. En mayo de 2002, inauguramos la muestra “Argentinos seleccionados”, y era un stand corporativo, el producto era la cápsula donde viajaban los argentinos, desnudos con un uniforme, con un cartel que decía “contiene un abogado”, o un médico, un ingeniero; era todo una parodia, pusimos promotoras en Lavalle y Florida, que paraban a la gente, decían “¿quieren irse del país?” y les daban un folleto para mandarlos a la muestra. Empezó a llegar una enorme cantidad de gente, nadie entendía si era realidad o ficción, vinieron medios de todos lados, tuvimos muchísimas visitas en el sitio web, no había ni redes sociales. Me llamó Rodrigo Alonso, uno de los mayores curadores de arte contemporáneo para que inaugure la obra en Proa, y yo le dije, “te aclaro que no soy artista”, pero lo hice. En febrero de 2003 fui convocado para representar a Argentina en la Bienal de Porto Alegre con la obra. Cuando la prensa me preguntaba por la obra yo decía: “es una obra única, porque es la única que hice”.
¿Cómo repercutió en vos todo ese salto tan grande y tan rápido?
Ahí yo entendí que desde el diseño podía invadir el arte. Después hice otras obras. Me tocó integrar el equipo que le cambió la imagen a Correo Argentino, en alguna oportunidad nosotros bajamos a unos sótanos de trastos viejos, y ahí encontré una biblioteca de madera. Abrí uno de los cajones y tenía una ficha que decía: “Publicaciones de circulación prohibida, censurado, año de publicación 76’, 77’ y 78’”. Era la censura militar, un documento histórico. Me afané las fichas, y muchos años después, cuando se inauguró el Parque de la memoria, las puse en una bolsita, y se las doné a Florencia Battiti, curadora del museo. Esto también me llevó a entender más sobre el desplazamiento del diseño al arte. Y así arranqué con Latido, que es un conjunto de programas que mezclan arte y diseño, en forma de experiencias, exhibiciones, acciones de bien común, de solidaridad, de medio ambiente, de derechos humanos.
¿Cuáles fueron los proyectos más importantes que crearon a lo largo del tiempo?
Son varios. Una vez yo estaba en una reunión por un proyecto con la comunidad wichi, y resulta que una chica estaba ahí y escuchó mi charla y me dice “¿te puedo abrazar? no sé por qué pero yo siento que tengo que conocerte”. Me dio su teléfono y a los días nos vimos. Me dijo “yo siento que tengo que hablar esto con vos, esto no se lo digo a nadie, yo soy una sobreviviente de Cromañón” y me contó toda su historia. Yo me sentí inspirado por ella y realizamos un proyecto en la Fadu donde se hicieron experiencias con los alumnos relacionadas a lo que ella vivió en Cromañón, y todo eso terminó en un libro. Belén casi se muere esa noche. Salió sola sin saber dónde estaba, la llevaron al hospital y fue tal la conmoción que le duró muchos años esa sensación. Ella me contó todo en 2014, diez años después de la tragedia. “Yo quiero volver a reír”, me dijo.
¿De qué se trató?
Trabajamos con toda la temática de la noche de Cromañón e hicimos un proyecto de stencil, abierto a quien quiera participar y dejar su huella. La onda era no hablar directamente de la tragedia, sino concientizar para que esto no se repita. Fuimos a la Fadu para convocar voluntades creativas, y se hicieron diferentes propuestas, como un stencil con los ojos de Belén, un mural en la Noche de los Museos. Cada cátedra hacía un aporte distinto. Uno lo agarraba desde la tipografía, otro grupo trabajó con el taller a oscuras, para sentir por unos minutos lo que fue Cromañón; nosotros les dimos imágenes acerca del rock, frases, textos, íconos, y ellos hicieron cosas con eso. De ahí salió una muestra y de todos los aportes de cada cátedra el libro, que recopila toda la experiencia. Lo voy regalando a la gente a cambio de una sonrisa. Con Belén también damos charlas en distintas facultades, donde ella cuenta su experiencia, son muy emocionantes, la gente llora cuando escucha su relato.
¿Qué aprendizaje te llevaste del proyecto?
Entre todos los que trabajamos fuimos aprendiendo que las acciones que involucran el diseño desde una concepción de compromiso, como factor de cambio social, para enfrentar casos reales llevan a resultados muy buenos. Porque son testimonios verdaderos. Vos te podes quedar en una liviandad de las sonseras del diseño o podés entender que es una herramienta muy poderosa, y construir sin que esto sea algo cursi. No podemos medir el impacto que tiene lo que hacemos, pero sí podemos imprimir una huella en una persona o grupo de personas. Otro proyecto que realizamos fue en conjunto con la Fundación Alameda, que rescata mujeres costureras de talleres clandestinos. Yo me acerqué a ellas para colaborar desde el diseño y el arte, y se me ocurrió hacer una muestra en el Centro Cultural Recoleta con todos los diseños de ropa que crean estas mujeres. Ellas no podían creer que de repente las prendas que hacían en la oscuridad fueran exhibidas como un objeto de diseño. Ahora vamos a hacer un mural con el retrato de dos niños que murieron en un incendio en un taller clandestino en Flores.
¿Cuál es el criterio que tienen para elegir cada proyecto?
Tiene que ser algo auténtico, un caso real, yo tengo que conocer a esa persona, o a ese grupo y sentirme inspirado. Hicimos una muestra de tejidos de la comunidad wichi en el restaurante Jolie de Belgrano. Nosotros tenemos un saber ancestral que es valiosísimo pero le damos la espalda, y yo me enteré que había una comunidad en Santiago del Estero, en un lugar de lo más alejado. Una amiga misionera católica me contó que las costureras tejían “Pokemones” por dos pesos, para un tipo que les daba algo de plata. Y ahí me di cuenta lo invisible que era esta gente, y lo importante que era darles visibilidad. Entonces me contacté con la directora del Matra, Mercado de Artesanías Tradicionales de Argentina, y organizamos una muestra en el restaurant con los verdaderos tejidos que hacen estas 400 mujeres. Conseguimos que nos prestaran algunos tejidos, les compramos bowls de palo santo que venden ellas y el chef sirvió comidas inspiradas en la comunidad wichi. Vendimos sus tejidos y recaudamos plata para la comunidad. Vino una representante nada más, porque a ellos no les gusta mucho venir a Buenos Aires.
¿Trabajaron con otras comunidades también?
Sí, con la comunidad guaraní hicimos una muestra de máscaras del carnaval hechas por ellos relacionadas al jaguareté, y se sumaron diseñadores y artesanos que hacen obra inspirados en ese animal. La muestra duró cuatro meses, la hicimos a favor de la Fundación Banco de Bosques, cuya misión es salvar al jaguareté. El cruce entre el diseño emergente y el saber ancestral de los pueblos originarios es riquísimo, porque se potencian ambos, el diseñador empieza a ver una cosmogonía que desconocía y el artesano accede a nuevos mercados. Otro proyecto que hicimos fue para los chicos del Hospital de Niños. Necesitaban 50 mil pesos más para comprar tomógrafos, entonces llamé a todos mis amigos artistas, y cada uno donó una obra. Hicimos una muestra, se vendieron las obras y logramos juntar la plata que necesitaba la cooperadora.
¿Qué sentís que te aportaron a vos todos estos proyectos?
Todo esto es ad honorem, nunca gano un centavo pero me hago inmensa y obscenamente rico; me lleno de otras riquezas, del contacto con artistas, artesanos, diseñadores, mentes inquietas, almas buscadoras, llenas de energías; a mí me enloquece, me hace sentir muy bien. Y esta congregación de talento y creatividad, tiene un propósito, no sé si es ayudar a alguien, porque nosotros tampoco es que ayudamos, hacemos lo que podemos hacer, es un granito, pero tenemos una convicción: que tenemos que hacerlo sí o sí. A mí me cambió en todos los sentidos, venía del diseño corporativo y me volqué al sector cultural; la guita está en el mundo corporativo, pero la riqueza está en el sector cultural. Gente que se agrupa sin más motivo que hacer algo juntos, porque es una fiesta. No quieren ganar plata, quieren sumarse a algo más grande que ellos, que es una idea del amor, el amor más noble. Y transmutás, no sos el mismo cuando empezás el proyecto que cuando lo terminás. Estás en algo que no es tu problemática cotidiana chiquitita de “mierditas” y cositas; hay otra cosa, hermosa y horrorosa al mismo tiempo. La mirada es un arma poderosa, decía mi Maestro Alfredo Saavedra. Cuando alguien viene con una problemática, cualquiera sea, si podés escuchar y a través de tu mirada convertir eso en una imagen y hacerla visible eso es muy poderoso, es invencible.