Un día Melina aprendió a mirar. Primero lo hizo a través del lente de su cámara Reflex. A partir de él pudo descubrir una marcha de personas con discapacidad en Bolivia, y dejar de lado un viaje con amigas para acompañarlos en su lucha. Fue ese flash -técnico o espiritual- el que se fusionó con las inquietudes que ya tenía desde chica, de interesarse por “lo marginal”, por lo que no todos miran. Y esa fusión se transformó en “Yo También”, la ONG que fundó con un único objetivo: que las personas con discapacidad sean miradas, y que al mismo tiempo, puedan ampliar y construir su propia mirada sobre ellos mismos y sobre que los rodea, a través de la fotografía. Con el leitmotiv de cortar con las miradas limitantes y despertar otras más constructivas, viajó durante cuatro meses dando talleres de fotografía a personas con discapacidad de otras ONGs y escuelas rurales de diferentes lugares de Latinoamérica. Acá un poco de todo lo que ella enseña, y de todo lo que aprende a mirar constantemente.
¿Cómo se despertó tu interés por la fotografía y por hacer algo por los demás?
Arranqué estudiando escenografía y después diseño de imagen y sonido. Siempre tuve interés por “las realidades marginales”, cuando era adolescente solía ir a una parroquia y a la villa a ayudar, me dolía el dolor del otro. Entonces con el tiempo me fui metiendo de voluntaria en diferentes lugares, hice un curso de lengua de señas; en paralelo justo empecé a hacer cursos de fotografía, en ese entonces me dedicaba más que nada a la escenografía. Hasta que un día, trabajando en una película muy conocida como asistente de arte, decidí renunciar; sentía que estaba vacía. Ahí se me despertó con fuerza la intención de hacer algo con personas con discapacidad, y me fui metiendo de una ONG a la otra, hasta que decidí no trabajar por un año para investigar qué era lo que me pasaba con eso.
¿Qué descubriste?
Descubrí un montón de cosas sobre la discapacidad: mucha injusticia y mucha invisibilidad de esta población. Me fui de vacaciones al Norte con mi cámara Reflex, sintiendo que algo me tenía que pasar. Cuando pisamos La Paz, Bolivia, me encuentro con una carpa de personas con discapacidad que estaban haciendo una marcha porque no había ninguna ley real para ellos; venían hacía dos meses recorriendo en sillas de rueda Bolivia, a mí me pareció re impactante, y dije “¿qué hago, me voy al Machu Picchu a ver piedras o me quedo por este lado que tiene que ver con mis búsquedas? Y me quedé con ellos. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, obviamente fue durísima. Me encontré con la fragilidad; la mayoría estaba en silla de rueda, con mala alimentación, durmiendo en colegios, en las calles. Mi plan en ese momento era hacer un documental de eso, pero no pude porque fui muy partícipe, no tenía la distancia, me olvidaba de hacer entrevistas, yo jugaba con los nenes, estaba ahí con todos. Estuve dos semanas y me volví porque se casaba una amiga. Ya en Buenos Aires abro internet, y vi que habían llegado a la Plaza Murillo y los habían recibido con gases lacrimógenos y electricidad en las sillas de ruedas; no lo podía creer. Sentí que tenía que volver, y me fui de nuevo a La Paz.
¿Cómo fue ese reencuentro?
Una nenita empezó a gritar que yo había llegado y todos se acercaron a contarme qué habían hecho, yo había pasado a ser un poco parte de ellos. Nos quedamos ahí dos semanas más y salió finalmente una ley, pero modificada. De todo eso tengo fotos. Después volví y fue un año más duro todavía porque ni loca volvía a trabajar en cine. Hasta que me llaman de una fundación para enseñar fotografía a jóvenes con discapacidad. De a poco fui descubriendo, que las diferentes búsquedas personales, que en su momento sentía que no tenían nada que ver, encontraron una respuesta; lo que yo sabía de educación no formal, de pedagogía, me había dado todas las herramientas para pararme enfrente de un grupo y decir “vamos a jugar y a aprender foto”. Después de ese proyecto surge “Yo También!”, la ONG que fundé con una amiga, con la cual empezamos a dar fotografía a chicos con discapacidad acá en Buenos Aires. Hoy hay fotógrafos, psicólogos, diseñadores de imagen y sonido, terapistas ocupacionales, productores de televisión; en el último tiempo realizamos el proyecto “Yo también soy Latinoamérica”, en donde viajamos durante cuatro meses llevando el taller a ONGs y a escuelas especiales por Colombia (Sincelejo), Ecuador (Pomasqui), Bolivia (Cochabamba), Perú (Anta) y el norte argentino (Salta).
¿Cuál fue el punto de partida del proyecto?
Todo parte de una pregunta: ¿Cómo miran las personas con discapacidad el mundo? En discapacidad, como la persona está tan invisibilizada, casi nadie busca que ellos mismos sean los que se muestren. Y descubrimos que la fotografía tenía este juego de la doble visibilidad, una foto muestra algo y también cuenta a ese alguien que está sacando la foto; nosotros buscamos que aparezcan miradas genuinas de los chicos, que se puedan expresar. Fuimos descubriendo que es más fácil enseñar desde el aprendizaje significativo que querer enseñar un concepto aislado, o sea relacionar las cosas con tus propias experiencias. Un día estábamos en Colombia tratando de enseñar la regla de los tercios, y uno de los chicos dijo “claro, es como el tricky”, que allá es el tatetí. Y desde ahí siempre que queremos enseñar la regla de los tercios, jugamos antes al tatetí. Las personas con discapacidad son más lúdicas que nosotros, están más abiertas a la espontaneidad. Y el juego facilita otro tipo de aprendizaje, aprendés con menos presión, te permitís equivocarte.
¿Cómo fue esa gira por Latinoamérica?
Empezamos por Colombia, bajamos a Ecuador, después Perú, Bolivia y Salta. Las diferencias socioculturales no tienen nada que ver cuando un pibe agarra una cámara. En Perú estuvimos en un lugar muy carenciado, y llevar el proyecto de foto era descolocado, porque las necesidades eran otras. Ellos lo recibían bien pero no terminaban de entender. Era una escuela rural y especial, y estaban todos mezclados, chicos con síndrome de Down, autismo, asperger, y con diferentes edades. Y finalmente lo hicimos, terminamos con una muestra en la plaza principal. Ese es el momento de mayor inclusión, porque la gente pasa y pregunta ¿quién sacó esta foto? Y ahí es cuando crece su autoconfianza, su autoestima, sus habilidades sociales. Están siendo reconocidos: la gente los saluda, los felicita. En algunos lugares les pidieron sacarse fotos con el que había hecho la fotografía. Imagínense si para uno está bueno, para un pibe con discapacidad que nunca lo mira nadie más que su familia, lo que puede significar.
¿Qué tipo de fotos sacan? ¿Qué tipo de consignas les dan?
Bueno, no es que son genios escondidos, hay muchos mitos sobre las personas con discapacidad. Son personas, punto, con discapacidad. Lo que sí nos pasa en los talleres es que tienen otra facilidad de acceder a un mundo más creativo, menos estructurado; no como el nuestro, que nuestra razón lo fue estructurando demasiado. Si uno le da herramientas y los acompaña aparece una creatividad más pura; lo que hacemos es guiar esa mirada. Hubo grupos que le sacaban fotos a candados, mirillas. Otros chicos les sacaban fotos a las cosas no a las personas, en Perú por ejemplo hay muchas fotos de frutas y verduras de las ferias. Y claro, es lo que ven todos los días, y la cámara les dio acceso a contar su realidad, su trabajo.
¿Qué les genera a ellos para vos sacar fotos? ¿Qué les aporta?
Muchas veces les cuesta el lenguaje verbal a las personas con discapacidad intelectual, primero porque nosotros somos muy racionales y esperamos tal vez que nos respondan con la misma racionalidad, y ellos no siempre tienen la facilidad para explicar el porqué de las cosas. No hay tanta explicación en su mundo. Y la foto es una herramienta para expresarse, todo lo que verbalmente uno espera que te digan, te lo cuentan con la cámara, te cuentan qué miran. El punto más fuerte es ese, visibilizarse. Por ejemplo una vez les pedimos que saquen fotos de aquel trabajador que querían ser. Y ninguno quería ser médico o abogado, uno quería ser parrillero porque el papá hacía el mejor asado del mundo, otra quería ser secretaria porque los papás tenían una empresa y ella no podía trabajar ahí. Cosas muy ancladas a sus vivencias. Una vez en un proyecto les entregamos a todos fotos de sus caras mitad iluminadas y mitad oscuras, para enseñar iluminación. Y la pregunta principal era: ¿qué tenés vos para dar al mundo y qué necesitás?
¿Y qué respondieron?
Todos tenían bien claro lo que necesitaban, pero no lo que tenían para dar. No tenían ni idea de qué aporte darle al mundo. Uno de los chicos me dijo, “seño, yo no tengo nada para dar”. Y una de sus compañeras le dijo, “Dami, si vos sos divertido y nos haces reír todos los días, sos protector, me llevas la mochila cuando subo la escalera”. El pibe se sonrió, y dijo, “sí, yo soy todo eso”. Fue un momento revelador, porque a partir de eso todos los pibes de ese grupo querían que los otros digan de ellos mismos, ¿vos que ves en mí? Eso también habla de cómo las miradas te cambian la vida: una mirada que te genera un prejuicio, te condena, te hace la vida mucha más difícil que una mirada que te da aliento y te dice, “confío en vos, estoy con vos, te acompaño”. Eso potencia que te aceptes con lo bueno y lo malo que tenés. Un poco la base de “Yo También!” es buscar miradas genuinas para que ellos mismos tengan su propia mirada de aliento, y que sean sus propias miradas las que den a conocer; para cortar con las de los otros, que te evalúan, que si te elijo, si no te elijo, que si vos podés o no podés.
¿Cambió algo en tu mirada todo esto?
Y, aprendo a mirar, es constante; también aprendo a hacer, me di cuenta que no es tan difícil hacer algo. Las únicas barreras que hay son las de afuera, y eso mismo le pasa a un pibe con discapacidad. La verdadera discapacidad la genera el entorno, no la tiene la persona; obviamente nacen con patologías, necesitan estimulación, rehabilitación, eso es parte de su realidad. Pero hoy se habla a nivel mundial de que la verdadera discapacidad tiene que ver con el entorno: es el entorno el que está “discapacitando”. Aprender a mirar al otro es un desafío constante. Aceptar al otro como es, es la única forma de construir un mundo más justo y equitativo. Y a nivel personal a mí también me tocó porque yo descubro cada vez más que estoy llena de prejuicios. Son barreras que uno mismo creó internamente, y la discapacidad de alguna forma te pone todo el tiempo en evidencia; estás todo el tiempo aceptando cosas cada vez más diferentes, siempre hay algo más. Y eso te hace crecer como persona.