Nadie duda de la pasión que el oficio de la docencia trae consigo. Pero hay algunos maestros que, como Coni Sauri, trascienden su tarea y confirman que detrás de los deberes hay un universo por escuchar y atender. Por eso, ella se unió con conocidos, amigos y voluntarios para formar “Umbrales”, un espacio en el bajo de San Isidro donde a diario se reúnen niños que realizan diferentes actividades vinculadas al arte. Entrar allí y ver el patio intervenido por los chicos emana aroma a merienda e invita a jugar. Eso es lo que hacen los chicos luego de cumplir su jornada escolar. Hoy, con mucho trabajo a pulmón, “Umbrales” no es solo un lugar en el que los chicos juegan o pintan, sino que aprenden y logran reinterpretar sus entornos cotidianos en pos de su mejor versión.
¿Cómo llega “Umbrales” a tu vida como docente?
Todo comenzó en el 2001 cuando a una amiga mía – que es abogada mediadora- la estaban por nombrar jueza de menores. Ella empezó a pensar qué podían hacer por los chicos que entraran al juzgado. Graciela, mi amiga, sabía que yo estaba dando clases de cerámica en un hogar y me convocó para que nos reuniéramos junto a otras conocidas de ella que también hacían tareas sociales. Entre todas nos pusimos a pensar qué podíamos generar, y nos dimos cuenta que queríamos trabajar con el tema de la resiliencia para ver de qué manera podíamos aplicarla con estos chicos. Entonces se nos ocurrió que podíamos empezar a través del arte. Así fue que los primeros chicos comenzaron a ir al hogar en el que yo estaba trabajando y asistían a los talleres ahí.
¿Cuál es la dinámica del taller?
El taller funciona de lunes a viernes de 16 a 18. Los buscamos por el colegio, llegan acá y después de tomar la merienda se comparte la actividad pautada para ese día. Ahora, por ejemplo, estamos trabajando el tema de la identidad. Y siempre apuntamos a todo aquello que se vincule con los valores. Lo hacemos desde cuentos, dibujos o bien desde la cerámica, que es una dinámica que nos permite hacer más hincapié en el respeto, en la ayuda mutua y en el trabajo en equipo. Además, siempre estamos en contacto con la familia de cada uno para hacer un seguimiento de cómo está o poder comunicarnos si hay alguna situación.
¿Cuántos chicos asistían al comienzo de “Umbrales”?
Siempre hubo alrededor de 30 o 40 chicos. Cuando empecé a trabajar con Graciela fue de la mano de un equipo, entonces eso hizo más propicia la difusión del boca en boca que generó que cada vez vinieran más chicos. Un día, el cura de la Catedral de San Isidro nos preguntó si podíamos trabajar en este barrio nos ofrecieron un jardín maternal como espacio para que pudiéramos dar el taller en horario extraescolar. Desde entonces nos fuimos mudando a espacios que nos prestaban muy generosamente en el barrio. Todo lo hacíamos a pulmón y ad-honorem y financiando nosotras mismas lo que se necesitara para llevar a cabo las actividades. Lo lindo era que de a poco ya nos iban reconociendo en el barrio. Cuando te ven entrar con este delantal te reconocen y te respetan. Ahora estamos hace seis años alquilando este espacio con apoyo de la Municipalidad, pero el único problema es que no queda cerca de la escuela y nadie los trae hasta acá. Entonces yo busco todos los días a los chicos en una combi, los traigo y los vuelvo a llevar. Hoy, por ejemplo, viene 1ro y 2do grado, mañana 3ro y 4to y así hasta 6to grado. Los chicos vienen una sola vez por semana y tienen una actividad programada con arte, música o también cuentos.
¿Cómo surge tu interés y vocación solidaria?
Creo que esta vocación es algo que tengo desde chica. Recuerdo que cuando estaba en la primaria tenía un profesor de contabilidad que trabajaba en un hogar de espásticos y me parecía tan interesante que comencé a ir los sábados a trabajar con ellos. Esa fue una de mis primeras experiencias. Por otro lado, siempre fui de esas chicas que se enganchaba con los grupos misioneros de la parroquia. Después, más de grande y cuando me dediqué a ser profesora de arte, mis conocidos me iban invitando a dar talleres en hogares. De alguna manera, internamente siempre sentí el deseo y las ganas de ayudar a quienes lo necesitaran.
A la hora de trabajar con los chicos, ¿cómo se combina la docencia con esa contención solidaria?
Yo creo que de alguna manera con el arte logramos sacar lo mejor de cada uno, es una actividad muy sanadora. Además, los chicos vienen voluntariamente, tienen ganas de estar acá y nadie los obliga a participar. Hay días en que se portan bastante mal, pero eso sucede según lo que hayan vivido ese día o esa semana en su casa o la escuela. Vienen potenciados y lo transmiten. Pienso que exactamente ahí se combina la docencia con la solidaridad. Porque si vienen con un problema o situación que los acongoja lo dialogamos entre todos. Aun así, cuando se trata de una situación muy especial o grave, siempre contamos con una psicóloga para derivarlo o para que charle con el chico aparte. Somos un grupo de personas que también está para contener a los chicos en sus emociones.
¿Alguna vez tuviste que detener la clase que tenías prevista para contener una situación del grupo?
Varias veces. Nosotros estamos constantemente trabajando el tema de los valores a través del arte. Y muchas veces los chicos llegan con la carga emocional que traen desde sus casas. Por eso, si podemos trabajarlo lo hacemos entre todos. Ahora, si es muy grave – con temas de droga, violencia e incluso abuso- siempre consultamos y derivamos a especialistas. Acá trabajamos lo más posible con los chicos, tratando de darles las herramientas para no repitan lo malo que a veces sucede en su entorno. Pero hay temas en los que no podemos tomar la responsabilidad de manera individual, entonces estamos en permanente contacto con los vecinos y organizaciones del barrio, y logramos tener apoyo en temas que requieren de más profesiones trabajando en conjunto.
¿Cuántas horas le dedicás a Umbrales por día?
La verdad es que le dedico casi todo el día. Yo vengo todos los días y las voluntarias una vez por semana. Pero siempre estoy atenta a lo que pasa porque somos tres las que estamos en la dirección, planificando, consiguiendo materiales, entrevistando voluntarias. Por suerte tengo un buen marido que me banca, porque ya hace más o menos tres años que ya no trabajo en colegios y me dedico exclusivamente a Umbrales. Cuando el compromiso es tan fuerte es muy difícil de sostener sin dedicación.
¿Qué es lo que más disfrutás de la dinámica entre vos y los chicos?
Para mí lo más importante es la devolución que te hacen. Creo que los chicos todo el tiempo te reconocen lo que hacés por ellos. Muchas veces es a su manera, pero en el fondo siempre encuentran el modo de hacértelo saber. A veces tienen momentos de mucha agresividad e incluso llegan a insultarnos, pero siempre hay algo que, por más pequeño que sea, muestra que saben lo que hacés por ellos. Yo siento que estoy aportando algo para el presente y futuro de ese chico. Siempre que se ofrecen voluntarios les hacemos saber que para estar acá tienen que tener mucha capacidad de resistencia al fracaso. Muchas veces sentís que estás fracasando, pero siempre hay un momento en que ese sentimiento se revierte.
¿Con el reconocimiento de los chicos?
Sí, con el reconocimiento y con situaciones que te demuestran que algo bien estás haciendo. Nosotros tuvimos el caso de una nena de ocho años que un día agarró del pelo a una voluntaria y la tiró al piso en la vereda de la escuela. Como no había nadie de su entorno para llevarla a su casa, la trajimos al taller igual. Yo logré hablar con el padre para que viniera a buscarla, y cuando llegó – con un temperamento bastante violento – la felicitó por su reacción y nos dijo que no iba a venir más a “Umbrales” porque le parecía que no servíamos para nada. Esta chiquita, estuvo un tiempo sin venir, pero después decidió volver. Ella logró tomar la decisión, a sus ocho años, de seguir viniendo al taller. Y nosotros, pudimos ver que con las herramientas que logró adquirir acá, logró ver que el padre no estaba haciendo algo correcto y pudo sortear esa situación sin repetir la historia.
¿Qué huellas sentís que deja “Umbrales” en tu vida?
Saber que hay chicos que lograron terminar el secundario porque vinieron a Umbrales es un montón. Pero lo que más me llega es el momento en que me cruzo con los chicos por la calle y me saludan o me buscan para abrazarme. El otro día estaba en un cajero y sentí que alguien enorme me abrazaba de atrás, y era un ex Umbrales. Los chicos te quieren y eso deja una huella. Y eso se nota en cómo te reciben cuando entrás al barrio, salen chiquitos corriendo por todos lados que vienen a darte besos y abrazos. Ellos ven el esfuerzo a través del tiempo. Por eso siempre les sugiero a las voluntarias que se comprometan al menos por seis meses, porque todos los chicos necesitan crear un vínculo y sentir contención.