Mariano Macherione

“Es una experiencia que te enriquece como docente y como persona”

A Mariano lo entrevistamos en su casa, y desde el momento en que nos recibió sentimos la energía que nos transmitió a la largo de la nota. Desde una mirada humilde y casi tímida, nos contó que una de las cosas que lo incentivó a dar talleres de alfabetización en la villa, fue volver de un viaje de ocho meses a lo largo de Latinoamérica. Ver otras realidades lo trajo a su país con una inspiración diferente, con ganas de hacer algo distinto con su profesión que, según expresa, se encuentra bastante vinculada a las empresas. Hoy Mariano le dio una vuelta a su profesión y le hace feliz reencontrarse con ella desde un lugar más comprometido con lo comunitario y colectivo.

¿Cómo llega un diseñador gráfico a dar talleres de alfabetización?

(Se ríe). Es loco, pero yo llevo varios años como docente en la Universidad y, si bien no estaba formado como docente orientado a lo escolar, estaba acostumbrado al diálogo con los estudiantes y al armado de clases. Obviamente no es lo mismo que ir a la Villa a enseñar a escribir y leer a niños o adultos, pero me ayudó un poco a dar ese paso. Además, hace un tiempo hice un viaje por Latinoamérica que duró ocho meses y la verdad es que volví con ganas de hacer algo totalmente diferente con mi profesión. Por una cuestión laboral tenía que reinsertarme en el rubro, y naturalmente tuve que hacer trabajos para empresas porque necesitaba acomodarme nuevamente al volver de semejante viaje. Pero sí me di cuenta que quería algo más para mí, que necesitaba hacer algo diferente con mi oficio, poder usarlo como una herramienta que aporte algo a la sociedad y no vinculada tanto a la empresa en sí. Así que, después de acomodarme del viaje, fui buscando qué hacer para seguir sumando en esto. Y así llegué a la Organización Pañuelos en Rebeldía que tenía un curso de Formación en Educación Popular, con la idea de fortalecer la mirada crítica en la pedagogía. Me copaba la idea de empezar a hacer algo con un enfoque más ajustado en lo colectivo, porque creo que de ahí pueden salir grandes cosas.

Aunque habías hecho este curso, no dejabas de venir del mundo del diseño. ¿Sentías alguna brecha a la hora de sentarte a dar clases de alfabetización?

Si, a full. Incluso porque otros compañeros sí se dedicaban a la docencia formal en secundarios o primarios. Entonces tenían más aceitado el proceso de enseñar contenidos más iniciales a alumnos más jóvenes –algo de lo que yo no tenía casi idea-. De todos modos, ser diseñador también me aportó otras cosas, como cualquier profesión. Creo que siempre tiene que ver con buscarle la vuelta para poder sumar desde lo que uno sabe. En mi caso, por ejemplo, armaba mucho material para explicar cosas desde lo visual. Y creo desde ese lugar la profesión me sumaba un montón. Esto también me inspiró mucho a pensar que el diseño podía estar en función de cosas mucho más interesantes que lo comercial, en lo que había trabajado hasta ese momento. Y ahí me di cuenta de que realmente quería hacer algo que no fuera diseñar para empresas y que disfruto de darle una vuelta a la función social del diseño.

¿Qué vínculo generaste con los chicos?

Todo con los pibes es una masa, la experiencia de hacer algo con chicos está buenísima porque te van diciendo todo lo que realmente piensan, van directo sin demasiada vergüenza. Si les pedís que hagan algo lo hacen sin pensar en si va a salir bien o mal, tienen otros códigos. El estudiante universitario está más a la defensiva o va con más miedo a equivocarse. Los pibes son más exploradores en ese sentido, y desde ese lugar te enseñan un montón de cosas. Quizá armás toda una estrategia para una clase, pensás en lo que vas a decir y todo y de repente te sorprendés con reacciones de los chicos que hacen que te replantees todo. Es como si te prepararas todo el tiempo para lo inesperado, cosa que con los universitarios adultos no sucede tanto. Porque todos nos comportamos igual, tenemos un patrón de conducta y lo aplicamos por inercia. Los chicos no están tan pendientes de eso y está buenísimo. Es una experiencia que te enriquece como docente y como persona, te recuerda que no todo es tan estructurado como vos pensás.

Me imagino que con los adultos era diferente la relación, ¿no?

Sí, nada que ver. Los adultos de alfabetización eran muy tímidos, porque de alguna manera les daba vergüenza tener que ir, aunque en realidad deberían verlo con orgullo porque se están animando a aprender algo a esa edad. Al principio era todo bastante frío con ellos, costaba un montón romper ese hielo, y muchas veces nos trataban con un respeto que vos no esperábamos. Pero después se formaba un vínculo bastante fuerte con ellos también siempre te demuestran un montón de afecto.

¿Qué sentías al compartir tus sábados con ellos?

La verdad es que lo que más me gustaba era estar ahí, compartir el intercambio. Quizá me encontraba explicando cómo iban las consonantes con las vocales, y eso desembocaba inmediatamente en charlas de la vida cotidiana. De repente alguno te contaba cómo era la escuela cuando ellos eran chicos, o qué limitaciones tenían por su contexto de pobreza, cuán difícil se les hacía ir a la escuela. Y la verdad es que de eso se aprende un montón. Porque muchas veces se habla del tema de la meritocracia, de que deberían ir a laburar porque si son pobres es porque no laburaron, pero la realidad es que escuchando las historias de algunos entendés que esa persona nació con posibilidades absolutamente distintas. Y si bien uno eso sabe que existe, de ahí a realmente enfrentarte con su realidad, hablar con ellos y verlo en carne propia te sensibiliza un montón porque es muy difícil de cambiar esa situación. Aunque uno pueda ir como voluntario a ayudar, te da bronca ver que no hay un verdadero financiamiento desde el Estado para intervenir directamente en estas cuestiones. Lo autogestionado está buenísimo pero no es suficiente, se necesita mucho más y siempre que se pueda encarar desde lo colectivo, creo que suma un montón porque es algo que ya de movida se encara como comunidad.

¿Te acordás de lo que sentiste la primera vez que llegaste al encuentro?

Si, ¡fue fuerte! Porque fui muy con un imaginario de lo que podía llegar a ser, y cuando llegué se me cayeron un montón de mitos juntos. Lo que se ve en los medios es muy diferente a lo que es el barrio en sí. En el barrio hay una cotidianeidad como en cualquier lado. Obviamente hay mucha diferencia en cuanto a lo edilicio. Te encontrás con calles chiquitas, casas a medio terminar, con ladrillos a la vista o medio torcidas, puertas cerradas con candado en vez de con cerraduras. Yo no digo que no existe la violencia o la inseguridad en estos lugares, pero está sobredimensionada por los medios. Yo me encontré con gente muy amable y que te recibe bien porque sabe vas a hacer algo que esta bueno. Y realmente ese derribamiento de prejuicios está buenísimo. Obviamente la primera vez es como un baldazo de agua fría, incluso es te empieza a dar culpa por lo fáciles que son las cosas para vos. Pero, aunque al principio es un impacto y después te vas acostumbrando a ese entorno, las ganas de que eso cambie se hacen cada vez más grandes.