Marisa Vidal Varela

El arte es siempre un lugar de rescate

Marisa es periodista y desde hace mucho tiempo se dedica a tender puentes para habilitar la palabra, la escucha y la comunicación. Fundó la organización Puente de Libros, que tiene como objetivo promover la lectura en lugares de encierro y de espera, para lograr que las personas que por diferentes razones viven rodeados de límites, puedan abrirse a imaginar otras realidades posibles. En diferentes contextos, y gracias a un grupo grande de voluntarias que también coordina, ha logrado habilitar un espacio y un tiempo diferente: el que se da cuando dos personas comparten un libro.

¿Cómo nació tu interés por promover la lectura?

Hace unos cuantos años que formo parte de la organización ALIJA, sección nacional de IBBY, son organizaciones que promueven la literatura infantil y la lectura para todos los niños. Dentro de la organización, hasta hace unos meses fui vicepresidenta y siempre estamos buscando promover la lectura y el acceso a la lectura. Tiempo después conocí a la gente de NET, una organización que trabaja en la promoción de valores para personas en situación de encierro a través de lo deportivo; a ellos les faltaba como una pata cultural. Y yo les propuse hacer un programa de promoción de lectura a personas que se encuentren en situación de encierro. Es totalmente ad honorem.

¿Y en qué lugares lo materializaron?

Uno de los lugares a los que logramos acceder, es un Pabellón de Madres en la Cárcel de Güemes en Salta, empezamos ahí y en paralelo con los familiares de los reclusos de Devoto. Frente al Penal hay un espacio, Esperanza Viva, donde reciben a los familiares que van a ir a hacer la visita; demoran cinco horas en poder ingresar y son todas mujeres con niños. Ahí empezamos a trabajar en julio de 2018, ya pasaron treinta voluntarias, son todas mujeres. Lo que hacíamos era llevar una biblioteca pequeña y acompañar la espera: llevábamos libros y los compartíamos. La idea siempre es habilitar la palabra, porque siempre después de la lectura surgen charlas.

¿Qué selección de libros realizan?

Depende el lugar, en el penal de Güemes, lo que buscamos es que las madres puedan construir su propio relato, porque es eso lo que van a poder hacer con sus niños durante cinco años. Los niños se quedan con ellas hasta los cinco años. Entonces les mostramos que cualquiera puede construir su historia, que la mejor historia que pueden construir es la propia, que tenga su voz, su cultura, sus costumbres, que sea un lazo con sus hijos. En Esperanza Viva, hacemos una preselección de libros lo más alejados posible de los temas que ellos viven; no importa la temática que lleves, siempre termina saliendo en la charla el tema que a ellas las atraviesa. Las interpretaciones son tan variadas como lectores posibles. Llevamos libros que nos parecen que son buena literatura. Cuentos, relatos breves, y también libros álbumes o silenciosos, sin palabra escrita, son pura ilustración; entonces las posibilidades de interpretación son muchas otras, y así les enseñamos que ellas también pueden narrar, aún sin estar alfabetizadas.

¿Cuál es la dinámica de un día de ir a narrar?

Llegamos, ponemos nuestros libros y después nos vamos acercando y les contamos la propuesta, que queremos compartirles una historia. Entonces leemos, compartimos y después ellas solas se van enganchando con la historia. Es tender un puente, habilitar la escucha, primero la de ellas, y después también la nuestra. Algunas hablan de los que les pasa, otras no. Lo que hacemos, en Devoto, es habilitar otro tiempo más llevadero. Ahora ya terminó el proyecto y logramos dejarles una biblioteca armada, y lo continúan las voluntarias del lugar.

¿Cómo reciben la propuesta? ¿Qué ves que se genera a través de la lectura?

Siempre se agradece un montón, lo reciben súper bien, porque saben que estás llevando parte de tu tiempo para compartir el tiempo del encierro. Los familiares están todo el tiempo en un estado de vulnerabilidad muy alta, porque están atravesados no solo por la interrupción de la vida familiar, sino que también se sienten marginados por el resto de la sociedad. Y en el Pabellón de las Madres, los niños que conviven con ellas en las celdas, tienen espacios más agradables, jardín de infantes; pero hemos visto cosas como un niño de cinco años parado frente a una puerta, y que no atine a abrirla, porque ya naturaliza el hecho de que las puertas no se abren. Está como naturalizado el encierro para ellos. La mayoría de estas mujeres están presas por tráfico, han sido mulas de narcotraficantes. Muchas son muy vulnerables, están al límite de sus recursos económicos, de salud, con hijos, solas, ninguna querría atravesar esto.

¿Qué sentís que les aporta este tiempo a todos ellos?

Es un tiempo muy rico, porque lo que estás haciendo es generar un tiempo virtual dentro del encierro. Es poder pensarse ellos también en otros contextos posibles. Es lo que nos pasa a todos los que somos lectores, te metés en el libro, en la historia, y se genera un tiempo distinto del real. También hay muchos estudios que hablan de la lectura como una cuestión paliativa, y lo es.

¿Quiénes suelen sumarse como voluntarios para ir a leer?

Hay gente de todas las edades, un 95% son mujeres, de ese porcentaje, muchas tienen que ver con la docencia, la enseñanza superior o universitaria, pero después hay narradoras o personas que tienen vocación de hacer algo social; hay mujeres que pierden el presentismo en su trabajo por ir al voluntariado. Lo hacen porque quieren.

¿Algo que te acuerdes que te hayan dicho después de una experiencia de lectura, una charla?

Me acuerdo de una nena de 11 años que no estaba alfabetizada, pero estaba fascinada cuando le leímos. Terminamos ese día, y le enseñamos a escribir su nombre, pudo escribirlo, deletrearlo. Y otra vez nos pasó que una señora de unos 60 años a la que le contamos “El pájaro del Alma”, un cuento muy bello que habla sobre las emociones, terminó emocionada, y nos dijo: “nunca me habían leído en voz alta, es muy lindo”. También nos tocó una mujer de unos 50 años que era muy lectora, y nos empezó a pedir algunos textos que ella había leído cuando era chica, una de las voluntarias se los consiguió, y ella nos hizo como una reversión muy interesante, después nosotros lo incorporamos a las lecturas que ofrecemos. Un poco tratamos de recuperar ese lugar de la infancia, que es un lugar de resguardo; aunque hayan tenido una infancia fragmentada por la vida que les tocó, igual siempre es un lugar reparador, sentimos que esto les ayuda a bajar la guardia un poco, a dejarse acompañar, compartir algo.

¿Qué sentís que te llevás vos de estas experiencias, o como te modifica ese día que estás ahí?

Al principio, y esto lo repiten todas las voluntarias, tenés cierto temor: ¿servirá esto? ¿Querrán recibir esto? ¿Tendré algo para aportar? Y en general, cuando uno tiene un trabajo social o de voluntariado siempre se está poniendo en el lugar del otro, y lo que te llevas siempre es más. Hacemos reuniones de contención también, porque a veces la otra persona se abre y lo que te cuenta es súper difícil, entrar a un penal, estar con esas mamás, con esos niños; vos sabés que se cierra la puerta y te vas, pero ellos siguen ahí, y eso te carga. Nosotras estamos tratando de que esas personas se puedan imaginar una realidad distinta. En ese espacio de la lectura, es mágico lo que pasa, la gente de verdad sale de ese contexto: somos dos personas disfrutando un cuento, y eso es todo. La literatura te abre la posibilidad, de habitar juntos un espacio distinto, que no es ni el tuyo ni el mío, es el del relato. Eso fue lo más rico que aprendimos: mientras dura el compartir lo literario, estamos inmersos en igualdad de condiciones frente a ese texto. El arte es siempre un lugar de rescate. Lo hacemos es acortar la distancia, es cruzar el umbral del encierro

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