San Spiga es un verdadero explorador. Exploraba de chico en un grupo de boy scouts en Viedma, su ciudad natal, y exploró dentro de sí mismo para encontrarse con ganas genuinas de moverse, sumar gente y brindar su tiempo a otros a través de todo lo que él sabe hacer: diseñar, crear, proyectar obras, pintar. Y con su energía imparable logró mechar unos cuantos proyectos transformadores para muchas personas, entre su trabajo como docente en la cátedra Gabriele de diseño gráfico de la FADU y su estudio de diseño The Brand Bean. Proyectos como Arrankismo, un street art que se ríe de las publicidades, de los mensajes y las imágenes que nos venden en las calles y las arranca para generar otro tipo de mensajes. O sus intervenciones gráficas en las tapas de la Elba, la revista hecha en las cárceles; o sus talleres de collage y sus pintadas colectivas en la Villa 21, proyecto que engendró en la Facu junto a sus alumnos y que hoy desembocó en un ritual anual que lleva a cabo para pintar murales en los pasillos de la villa. Con sus 35 años, su curiosidad a flor de piel y vestido de mil colores, San Spiga se sentó a charlar con nosotros en un aula gigantesca para contarnos qué es lo que lo mueve a volcar toda su creatividad e inspiración en aportarle algo positivo a los demás.
¿Cómo empezó tu relación con el diseño?
La respuesta obvia es que dibujé siempre. De chiquito generaba afiches, digamos, por sobre la media de un pibe normal; y en mi casa mi hermana es ilustradora, siempre era mi referencia. Cuando empecé a estudiar diseño casi ni se sabía lo que era, yo soy del sur de la Patagonia, de Viedma y era medio que si dibujabas ibas a hacer algo de eso. Pero siempre hice una rama más cultural o social si querés, tipo no sé, fiestas, discos de bandas. Y allá en Viedma también hacíamos un evento bastante grande: se llamaba “El MAU” -Movimiento Artístico Universitario- que fue juntar a todos los que estudiábamos cosas artísticas o audiovisuales, y mostrar lo que hacíamos en la Facu en Viedma. Eso siempre me divirtió más que estar atrás de la compu. Siempre estuve conectado con esta movida de juntar gente y activar, más que diseñando; recién en el último año de la carrera hice una cátedra que me gustó más que es Gabriele, que fue cuando me llamaron para ser ayudante. Yo no me lo esperaba ni en pedo y obvio que dije que sí. A la otra semana estaba en el aula hablándole a 30 pibes no sé de qué. Muchos nervios. Ahora todavía me da un poco de nervios, mantiene esa adrenalina.
¿Y cómo fuiste involucrando en este espacio tus proyectos más sociales o voluntarios?
La parte que puede ser más colorida es que yo era explorador en Viedma, explorador de Don Bosco (risas), es una especie de boy scout. Nos tocaba estar con pibes casi marginales yéndonos de campamento; me toco quizá ocupar lugares de liderazgo y de manejar gente yo teniendo 16 años, y si lo traigo a lo que hago ahora creo que tiene más que ver con eso que con el diseño, porque a mis grupos le pongo un nombre, hacemos casi didácticas de boy scout por así decirlo, como que la parte social siento que ya la traía y que gracias a la Facu la pude conectar con la otra cosa que me gusta que es el diseño. Ahí me cierra todo el círculo. En la Facu encontré mi vocación que era enseñar y ese plus de salir a hacer algo por los demás que derivó en los murales, la villa, la cárcel, o esas cuestiones.
¿Cómo se instaló en la cátedra la idea de ir a pintar murales a la Villa 21?
La primera vez… yo tenía otro proyecto que se llamaba Jopo de Gomina, que también dábamos talleres, hacíamos esquicios grupales, los sábados a la noche nos juntábamos, y terminamos dando un taller de collage y técnicas graficas en la Villa 21 en Barracas para pibes que iban ahí a merendar antes de ir al colegio, era un espacio de contención. Ahí nos dijeron que había un centro cultural independiente que se llama “Orilleros”, de un pibe que era de ahí de la villa y me dijeron “estaría bueno que hables con él porque quiere hacer un mural”; y ahí se me ocurre ir con los alumnos de ese año, y también los invité para que se sumen, no le avisé a nadie y me mandé, pusimos no sé, 20 mangos para la pintura y fuimos. Ahí lo conocí a El Maca, era un pibe de ahí, un pibe chorro más, contado por el mismo; y un día le hizo clic la cabeza y se puso como a trabajar con chicos de extrema marginalidad, hablamos de paco, fantasmas que pasan ahí. Él vive ahí, ahora está bastante mejor, fue muy loco cómo fui viendo el proceso de por lo menos esa parte de la villa; porque es gigante, y nosotros vamos como a la puntita, te empezás a meter y los pasillos se hacen más estrechos, el ambiente más caldeado.
¿Qué es lo que hace El Maca con los chicos en el centro cultural?
Él tiene una banda y más que nada es profesor de música, los chicos van ahí a practicar, aprenden instrumentos, y nosotros le pintamos el mural, le diseñé un logo; el centro se llamaba “Orilleros” y cuando le pregunté por qué me dijo: “porque estamos en las orillas del Riachuelo y en las orillas de la sociedad”. Esa frase me quedó siempre como muy marcada, uno que trabaja en branding, naming, todas terminologías de diseño y de repente él tiene una explicación así como tan definida.
¿Qué pintaron para ese mural del centro cultural?
Yo personalmente me tomo esto con mucha obsesión y me gusta presentarles diseños, que la gente de ahí los apruebe, preguntarles qué quieren; no es solo decir “¡eh, caemos re locos a pintar!”, es cero esa onda, vamos a tomar fotos, medidas, hablamos con los vecinos, hacemos un trabajo de campo previo y el día ese vamos con la meta. En este caso hicimos algo relacionado a la música, pero después los vecinos también se te acercan, “¡che, yo quiero algo de Paraguay!”; hay un montón de paraguayos, frases en guaraní, cuestión religiosa también. En esta experiencia el foco siempre es pintar, hacer algo que tenga que ver con aprendizaje-servicio, una corriente educativa que tiene que ver con poner tus conocimientos, o sea ayudar a alguien con lo que te formaste. Ese es el centro y quiero que siga siéndolo.
¿Cuál es la reacción de la gente cuando ve la obra terminada, o cómo ves que ellos interactúan con eso, que sentís que les aporta?
Y para mí les aporta, no paran de agradecerte que estés ahí, eso es lo más emocionante de todo, todos te piden que les pintes. Me gusta jugar con eso “¿qué frase ponemos ahí?” una vez uno dijo “¡eh, pongan una de los Redondos!” y lo hicimos y quedó genial. Pero es loco porque igual les cuesta mucho entender que vamos de onda; a donde vamos en general suelen ir las agrupaciones políticas. Un día llegamos y le habían clavado un afiche en las puertas de las casas, que tienen dos por tres metros y el afiche les ocupaba el 80% de la fachada. Otra había habido un allanamiento policial, íbamos a pintar en un playón donde juegan a la pelota; como es el único lugar donde hay cemento, había que pintar para mostrar que ahí jugaban los pibes, la frase fue “acá juegan los pibes”. Y por una decomisación en ese patio había ladrillos de falopa, armas. Y bueno, fuimos y tengo la foto del mismo patio un día con policía y drogas y el otro día los pibes pintando. Es curioso, hace un año me metí a ver si se metía el Google Car y no, llega justo hasta la puntita del pasillo; eso me hizo pensar en que vamos a un lugar adonde Google todavía no se pudo meter o no se quiso meter. Eso de las orillas de la sociedad es real. Es ahí en Osvaldo Cruz y Vélez Sarsfield, ese es nuestro punto de encuentro, nos metemos por Vélez Sarsfield, es Barracas, está el olor al Riachuelo, está justo al lado.
¿Y cómo es el paso a paso, digamos, cómo es un día de ir a pintar allá?
Es súper intenso, arrancamos muy temprano, es un sábado que es llegar a zona sur a las 9; El Maca nos viene a buscar a la esquina cuando estamos todos, con los tarros de pintura cargados, caminamos unas cuadras y vamos saludando, interactuando con la gente del barrio; saludamos siempre a Mary que es la dueña del comedor que le hicimos un mural, es un comedor que le da de comer como a 300 personas, se llama “Jorgito”, son siete hermanos y todos se llaman Jorge. De ahí vamos a “Orilleros”, hacemos base, nos va a recibir Florencia, una piba de 9 años que canta ahí, nos canta a todos una canción, El Maca hace una introducción a lo que es “Orilleros”, y ahí creo que se genera toda la magia: estamos todos como amontonados en el sucucho del Maca con Flor cantando; y al toque es empezar a pintar y ahí empieza como la clase de la Facu, el que sabe dibujar dibuja, se arman todos los escuadrones. Hay mil historias. Hacemos un poco de ruido en el lugar.
¿Una historia que me quieras contar?
El año pasado fuimos y pasó un loco que tenía una radio paraguaya, FM Zapucay, me empezó a hablar y me dijo “vení, te quiero mostrar la radio”; lo empecé a seguir, empecé a zigzaguear por ahí, en un momento pensé, “que aparezca la radio ya”, y de repente llegamos a la radio: era un cuartito en medio de tendales, medias colgadas, perros, unos paisajes tremendos. Llegamos ahí y el tipo estaba transmitiendo en vivo, una radio barrial, todos cd’s de cumbia paraguaya. Y nos pidió si este año le podemos hacer algo ahí, pintarle a FM Zapucay, y nos hizo hablar, fue muy zarpado el momento ese, los pibes contando porque estaban ahí, el tipo súper emocionado; es una radio que llega ahí nomás digamos, pero son como 50 mil personas
Y a vos como persona ¿Qué sentís que te da esto, en qué sentido te modificó?
Sí, esos días, si me los pongo a contar por ahí fueron diez, pensando en que vamos una vez al año; pensar que a uno se le pasan diez días y no hiciste nada o cosas con poca relevancia, y en cambio acá los recuerdos de ese día, los olores, las historias, las anécdotas, tienen un color, me acuerdo bocha de cosas que pasaron en esos días, son cosas que te marcan. Es como el día perfecto, hasta el día que llueve está bueno igual. Y todos lo viven así. Hay chicos que fueron y después terminaron dando clases en lo del Maca porque les copó. Se fue generando un círculo quizá un poco más grande.