Sol Macaluso

“Es muy difícil que todo el mundo te pase por al lado y no te vea.”

¿Cómo nace tu amistad con Aldo?

Desde chica siempre le presté atención a las situaciones sociales y me llamaron la atención las personas en situación de calle. Cuando empecé a estudiar periodismo, durante el primer año el profesor nos pidió diferentes tipos de entrevistas: a un actor, un futbolista, etc. Y un día cayó con la propuesta de entrevistar a alguien en situación de calle. Yo estaba chocha del desafío pero después, a la hora de hacerlo, vi que no era tan fácil porque de todo en la calle, hay personas que ya perdieron los estribos y con las que realmente no podés hablar. Había entrevistado a algunas personas pero el contenido no me servía, no me alcanzaba para hacer el trabajo. Estaba desanimada porque había perdido toda la tarde y si bien la experiencia había sido buena, para el trabajo no era suficiente. Pero volviendo a mi casa me encontré con una persona sentada comiendo en la calle, le pregunté si me podía a acercar, me presenté y le dije qué necesitaba. Enseguida me dijo que sí, que me sentara a su lado y que lo disculpara porque justo estaba comiendo. Y si bien la charla fue a raíz de este trabajo, me quedé hablando como tres horas, charlamos de la vida, de política, de fútbol. Me volví muy contenta, y cuando entregué el trabajo le agradecí la consigna al profesor. Había conocido una persona maravillosa. Ahí empezó mi relación con Aldo. Él vivía cerca de mi casa y me lo cruzaba todos los días, primero era pasar y saludar y después comencé a ir todos los jueves para merendar con él.

¿Cómo te sentís llevando a cabo esta acción por iniciativa propia, sin estar vinculada a ninguna ONG?

Mi primera experiencia había sido en una navidad solidaria que hacen en el Colegio El Salvador los 23 de diciembre. Ese fue mi primer acercamiento a las acciones solidarias. Pero hoy me siento cómoda haciéndolo por mi cuenta. Estuve un tiempo participando en algunas fundaciones, pero a veces no me gustaba cómo se manejaban. Al estar sola manejo mis tiempos. Es algo que no me lo impone nadie, me nace a mí.

¿Por qué comenzaste a ir los jueves?

Porque era el día que más libre tenía y podía dedicarle tiempo a Aldo. Salía de la facu y lo encontraba de camino a casa. Empezamos a merendar todos los jueves y él cada vez se soltaba un poco más. De a poco nos fuimos conociendo más y charlando sobre por qué estaba ahí -que no era lo mismo que me había contado el primer día-, y con el tiempo se fue convirtiendo en mi amigo. Cuando venían mis amigas a casa lo íbamos a saludar, cuando venía mi familia de Olavarría también se los presenté, quería que mi papá lo conozca. Lo loco es que todos me decían que tenga cuidado, que me estaba encariñando mucho y que al ser una persona en situación de calle no sabía qué podía pasar. Pero para mí era estar con un amigo, yo me sentía cómoda aunque la gente me mirara raro cuando estaba con él sentada en el piso.

¿Alguna vez tuviste ganas de seguir de largo y no sentarte a merendar?

La verdad que no. De hecho, muchas veces lo buscaba yo. Los sábados solía almorzar con mis vecinos en una cochera donde tenían una parrilla y lo empezamos a invitar. Un día Aldo me dijo: “quiero decirte algo, pero me da un poco de vergüenza”, y ahí me confesó que para él yo era como una hija. Cuando me dijo eso me llegó al corazón. Más allá de que yo lo podía ayudar con algo para comer y hasta a veces darse un baño, lo que más valorábamos era nuestro tiempo, porque una gaseosa te la puede comprar cualquiera. Pero yo hacía tiempo en mi día para encontrarme con él y él esperaba ese momento también. En muchas ocasiones me dijo que yo le había cambiado la vida, que “desde que me conoció sus días eran otros y se levantaba con ganas de saber cómo me había ido en la facu”, esas cosas eran increíbles. Nadie se quería acercar a Aldo porque tenía olor, pero eso nunca fue un problema para mí. Pasé cosas re lindas con él, hasta que hubo un día en que me parecía raro no verlo casi por una semana. Empecé a preguntar a mis vecinos si lo habían visto y me decían que no. Después le pregunté al florista de la cuadra, que lo conocía y también hablaba con él, y me enteré había fallecido. Yo nunca había experimentado la muerte de ningún familiar ni amigo y cuando me enteré se me cayó el mundo.

¿Tenías esperanza de que Aldo pudiera salir de la situación de calle?

Sí, los dos. Él me decía que era algo que le costaba pero que mientras yo estuviera incentivándolo y ayudándolo él iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance. Es muy difícil que todo el mundo te pase por al lado y no te vea. Muchas veces nos reíamos porque nos poníamos a observar cómo nos miraban, nosotros la estábamos pasando bien y para mucha gente era difícil entender esa situación. Yo muchas veces buscaba changas para que él pudiera trabajar, pero él tenía semanas y semanas. Algunas eran buenísimas y estaba entusiasmado, y otras no tenía ni ganas. Yo respetaba mucho sus tiempos porque no quería invadirlo. Trataba de entender lo que estaba pasando porque suponía que no debía ser fácil modificar todo eso de un día para otro. Si fuese tan fácil todos saldrían.

¿Creés que algo cambió en vos después de esta amistad?

Sí. Soy mucho más tolerante con el otro, aprendí a tener más paciencia. De hecho Aldo siempre me criticaba eso, él formulaba mucho las respuestas en su cabeza y me decía: “Pará, estoy pensando, no sos muy paciente, ¿no? bueno, conmigo vas a cultivar la paciencia”. Así que aprendíamos mucho el uno del otro. Aprendí a sentir lo que sienten ellos en la calle, a ver cómo los tratamos y despreciamos, es muy duro. Y también es muy difícil no volverse loco en esa situación, porque llega un momento en que no tenés nadie a quien recurrir, no solo para pedir algo para comer o tener un lugar donde dormir, sino para sentir un abrazo. No hay nadie que te dé un abrazo y eso era lo que más fuerte quería brindarle a Aldo, una amistad.

foto: arhivo Sol Macaluso